Opinión


17/08/20

Tomás Amparán

  1. Félix, el legado de la vida

    No les puedo explicar las ganas que tenía de escribir unas líneas recordando al maestro Félix Rodríguez de la Fuente. Me dirán, y con razón, que en mi mano siempre he tenido esa posibilidad, pero a veces o no es el momento o la actualidad te sobrepasa y dejas ciertas ideas apartadas en un cajón casi olvidado. Pero hay momentos en los que la casualidad se cruza en tu camino y hace que esa actualidad sea la misma que te hace abrir ese cajón y devolverte aquellas ideas que una vez quisiste plasmar en un papel y tenías medio olvidadas.

    Hay ciertos momentos en la vida de toda persona que se recuerda siempre, pasen los años que pasen. Todos tenemos en la mente ciertos acontecimientos especiales que no podemos sacar de nuestra cabeza por lo que significaron. Aquel 14 de marzo de 1980 yo estaba a punto de cumplir los 7 años. Mi vida era de lo más tranquila, pueden imaginárselo, colegio, amigos, pelota, chapas y bocatas de chocolate. Pero algo ocurrió ese día que hizo que ciertas cosas cambiaran en gran parte de la infancia de este país. Por primera vez nos dábamos de bruces con la muerte. En ese momento, ese día, nos tuvimos que enfrentar al momento más triste y más cruel por el que pasa toda persona, tuvimos que hacer frente a la pérdida de un ser querido, de un amigo, alguien al que no conocíamos en persona, pero que formaba parte de nuestra familia. Miren, para la gente de mi generación, como seguramente para la suya, Félix representaba aquello que ansiábamos, aquello que deseábamos con todas las ganas, la aventura, el contacto con la naturaleza, el conocimiento de los animales. Visto con los ojos de hoy, Félix fue el mayor comunicador que ha tenido este país, nadie como él consiguió captar la atención de tanta gente, nadie fue capaz de sentar delante de la televisión a familias enteras para mostrar algo tan complicado como la naturaleza más salvaje. Fue un naturalista pionero, un adelantado a su tiempo, un comunicador capaz de llenar las imágenes con esa voz tan peculiar y tan reconocible por todos. Fue ese amigo que nos enseñaba a saber observar todo lo que nos rodeaba, pero también fue ese iluminado que tantos años atrás consiguió descifrar lo que hoy estamos viviendo, y muchos siguen negando.

    Gracias a un programa de televisión, se busca esclarecer la muerte de Félix, Teodoro y Alberto, y por eso estos días nuestro Félix está de actualidad. Pero la realidad es que Félix siempre ha estado presente en nuestras vidas, y me niego a hablar de su muerte, pudiendo hablar de su vida. Me niego a hablar de lo que se quedó en aquellas montañas de Alaska cuando podemos hablar del inmenso legado que nos regaló durante toda su carrera. Viene a mi cabeza la  imagen de una niña rubia, triste y desolada por la muerte de su padre. Esa niña se llamaba Odile, y la vida, que es maravillosa, me dio hace tiempo la oportunidad de hablar con ella gracias a Sin Rumbo, un programa de radio que realizaba junto con mi buen amigo David. Hablar con Odile es transportarte a aquellos años en los que vivía nuestro Félix, la pasión con la que habla de su trabajo y de su legado, la vitalidad con la que envuelve todas las enseñanzas de Félix y el amor incondicional hacia su padre, hacen de ella la constatación más absoluta que Félix vive en nosotros. Es la demostración clara que nunca se nos fue del todo.

    Hace unos días en ese maravilloso Parque de Cabárceno que los cántabros tenemos el privilegio de disfrutar, viendo como esas espléndidas aves rapaces volaban sobre la cabeza de la gente con esos vuelos perfectos, a todos se nos venía la mente como hace más de 50 años, Félix fue un pionero en esas artes de la cetrería. Las personas que allí estaban dando una lección a los asistentes de cómo hay que cuidar la naturaleza, no dejaban de homenajear al maestro, quizás ellos sean muchos de esos naturalistas que se dedican a ese maravilloso trabajo gracias a él. Hace muchos, muchos años, él ya habló del cambio climático, de los problemas que la sobrepoblación causaría en la naturaleza, y como ésta siempre se tomará de nuevo lo que un día fue suyo. No era un visionario, fue un observador, algo que en esta sociedad actual brilla por su ausencia. Parar y reflexionar sobre lo que hacemos, observar lo que nos rodea, compartir con los demás algo tan hermoso como la naturaleza, fueron lecciones que él nos fue dejando a lo largo de sus años como comunicador. Nunca ha pasado de moda. Si ahora volvemos a ver “El hombre y la Tierra” nos daremos cuenta que aquellas lecciones que nos daba están más vigentes que nunca. Sería una pena que olvidásemos lo que él nos mostró, sería muy triste que aquellas lecciones donde nos enseñaba a cuidar el planeta cayeran en saco roto. Sería terrible, que sus niños, aquellos que con tanto dolor vivimos su muerte y que con tanto entusiasmo escuchábamos los primeros acordes de aquella memorable sintonía compuesta por Antón García Abril, olvidáramos todas sus enseñanzas.

    Cómo me gustaría que la inconfundible voz de Félix resonara en la cabeza de todas las personas que estén leyendo estas líneas ahora y les hiciera recordar, cuando siendo mucho más jóvenes de lo que son ahora, se encontraban sentados en los sillones de sus casas observando fijamente el televisor, escuchando al maestro contarnos como el lobo ibérico o el águila real son los verdaderos reyes de los paisajes de esta tierra ibérica nuestra. Cómo me gustaría que la profunda y ceremoniosa voz de Félix resonara en la cabeza de todos ustedes y se pararan a reflexionar todo lo que estamos haciendo mal, y como vamos rápidamente destrozando lo que tantos años la naturaleza tardó en construir. Como me gustaría que nuestros hijos o nuestros nietos supieran quien fue Félix, conocieran sus programas y se impregnaran de ese amor por la naturaleza que él desprendía cada vez que hablaba de la vida animal. Sólo tenemos este planeta, nada más, de todos nosotros depende que futuras generaciones puedan disfrutarlo, ¿de verdad vale la pena destruirlo?

    Estas líneas que con tanta emoción he escrito, se las dedico con todo mi cariño a aquella preciosa niña rubia de ocho años que un día vi por la tele. Se las dedico a la mujer en la que se ha convertido hoy y que incansablemente vela porque el legado de nuestro Félix siga adelante y tenga vigencia. Y se lo dedico, sobre manera, con todo mi corazón, a Félix Rodríguez de la Fuente, al naturalista y al comunicador, a esa leyenda que sobrevivió a las frías y nevadas tierras de la indómita Alaska.