Opinión


10/11/23

Enrique Álvarez

  1. Unamuno estaba equivocado

    Una de las preguntas más difíciles que se plantea cualquier persona con creencias religiosas y con preocupaciones políticas es la cuestión de si a Dios le preocupa, a su vez, la política, es decir, la marcha de los estados y de las comunidades, o  si sólo le preocupamos los individuos, las mujeres y los hombres uno a uno.

    Ya sé que a la mitad de los hipotéticos lectores de este artículo la cuestión, cualquier cuestión teológica, le trae sin cuidado y su mera mención les incitará a  pasar página ; pero, sin duda, a la otra mitad le resultará interesante dedicar un minuto a meditar sobre ella, sobre todo en estos días aciagos en que nuestra nación parece en trance de romperse, o más bien, como  dice  el escritor barcelonés Félix Ovejero, de “pudrirse”.

    Es creencia moderna que Dios sólo ve a los seres humanos en particular. Dios sólo sabe contar hasta uno, ha  ironizado a alguien . Mira tan solo a las almas y, por tanto, ya que los países, los estados, los pueblos, no tienen alma, no los ve, no le dan más. Pero, ¿de verdad los pueblos, las naciones, no tienen alma? En lo que queda de fondo cristiano en nuestro tiempo, es casi un dogma que a Dios sí que le preocupa lo colectivo , pero sólo en cuanto se trata del pueblo, del conjunto de los humildes y de la gente pobre . Incluso, yendo más allá, la preocupación la humanidad , el bienestar común de todos los hombres, y hasta el planeta en que viven. Pero no le preocupa España ni Francia ni Europa, ni siquiera Argentina .           

    Según esa postura, si perece o se pudre España, a un español  que  crea  en Dio s  no  debería  importarle mucho . Nuestra nación se extinguió, como se extinguieron otras, muy bien,  nos  convertiremos  en ex españoles, en súbditos chinos u otra vez mozárabes, por ejemplo,  y no pasará nada.  Segui re mos siendo hijos de Dios, aunque seamos más pobres . S egui re mos teniendo un alma que cuidar , una gente más pobre que nosotros a la que socorrer, y todo lo demás, la política, es circunstancial y despreciable.   

    No fue esa, sin embargo, la manera de pensar de los hombres principales a lo largo de los siglos.  Quien tenga el hábito de leer libros de historia, y no me refiero a sesudos tratados actuales, sino obras del pasado, las fuentes directas, los documentos, los epistolarios, descubrirá en seguida que la preocupación por el propio país, llámese monarquía, república o nación, es consustancial a todas  sus  grandes figuras, y, lo que hace más al caso, es una preocupación de orden religioso, porque la mayoría de los hombres (y no digamos ya mujeres) principales de nuestra historia eran de alma religiosa y no podían. dejar de vincular el  destino de su país a los designios de Dios.

    Siempre me viene a la cabeza, en este tiempo de tribulación para España, la última frase de Miguel de Unamuno antes de morir, el 31 de diciembre de 1936 a la hora de la siesta. Unamuno, que había abrazado el Alzamiento para en seguida renegar de él, estaba absolutamente afligido por la Guerra Civil, por las barbaridades de “  los hunos y de los hotros”, y según contó Bartolomé Aragón, el falangista que había ido a visitarle esa tarde a su casa, clamó aquello de “Dios no puede abandonar a España” un instante antes  de caer fulminado por un ictus.

    Sea apócrifa o no esa anécdota, es bien verosímil, o cuando menos, tiene el aire del pensamiento  u namun iano ,  de  su pasión por España, fundida en su agonía por la fe en Cristo: su supervivencia individual inextricablemente unida a la supervivencia de esa nación esencialmente cristiana que era la suya. Pero  hoy es de creer  que el bueno de don Miguel se equivocaba. Porque , viéndola en manos de quien se encuentra  en esta hora ,  parece  claro  que Dios ha abandonado para siempre a España. 

    Claro que r esult aría más lógico , para un buen creyente , pensar que es al revés: será España la que ha abandonado a Dios. Y, aunque nos tienda mucho lo contrario, puede que  sea así . Porque en todas sus caídas, desde la de 711 hasta la de 1931 pasada por la de 1808, el rechazo de Dios por parte de sus autoridades fue a la postre co ntarrestado por la  fidelidad de una gran parte del pueblo. Mientras que ahora , ¿dónde está la fidelidad? . Cuando  la aplaudida  Constitución de 1978 ha negado el origen verdadero de todo poder legítimo , cuando la promulgación de leyes individualistas y anticristianas sigue un crescendo frenético , cuando el borrado de nuestra verdad era historia no ha hecho sino empezar , cuando al pueblo ya no le importa quedarse sin raíces, y cuando hasta la Iglesia ya ni se atreve a promover sacrificios y plegaria s públicas para frenar esta deriva política , es evidente que toda fidelidad colectiva a Dios ha desaparecido de la faz de España , y ya no es que Dios haya abandonado a España sino que Él , Él solo , no puede hacer ya absolutamente nada para evitar su pudrición.