Opinión


22/03/23

Onésimo Pérez

  1. ¿Y ahora qué?

    Al dejar de emitir el canal temático de Movistar Plus+ Toros para todos sus abonados el pasado 23 de marzo tras casi 13 años de emisión, la compañía ha decidido cerrar el canal después de perder los derechos televisivos de algunas de las principales plazas de España. Razón por la cual nos han privado de ver dos importantes ferias, Las Fallas de Valencia y La Magdalena de Castellón.

    El aficionado se pregunta; ¿Y ahora qué?

    Según nos cuentan, se va a crear un nuevo canal de televisión gestionado por la empresa One Toro que se llamará Mundo Toro Televisión, que ya ha adquirido los derechos de las dos ferias más importantes de España, San Isidro, en Madrid, y la Feria de Abril, en Sevilla, además de algunas otras más que todavía no han hecho público.

    Este nuevo canal de televisión fundado por Moritz Roever, un alemán aficionado a los toros, e Ignacio Díez de la Cortina, CEO, sevillano, costalero y emprendedor, además de ser Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla, licenciado en Administración de Empresas y Marketing en ESIC, es el CEO del canal y principal responsable de haber levantado el negocio audiovisual taurino a Movistar.

    En el momento de escribir este artículo no se dispone de demasiada información sobre dónde y sobre todo cuando se va a poder ver el canal y tampoco cuál será su precio real. Se comenta que se podrá ver en las plataformas audiovisuales Orange, Vodafone o Movistar, parece ser que quieren facilitarle el acceso al canal a un cierto sector del público que ya tiene una edad, como este humilde servidor que escribe estas líneas.

    Deseo que cuando este artículo vea la luz ya estemos disfrutando de nuevo de la fiesta nacional por televisión como hemos venido haciendo estos últimos años.

    Al no haber podido ver en televisión las ferias de Valencia y Castellón me voy a abstener de realizar mi crítica taurina habitual, ya que no me gusta comentar de oídas, ni por crónicas escritas por otros.

    Por eso me permito el lujo de compartir con ustedes este escrito del gran Maestro Trianero Juan Belmonte que definía el miedo de los toreros de esta forma tan genial.

    El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más aprisa.

    Y lo mismo que con la barba, pasa con todo. El organismo, estimulado por el miedo, trabaja a marchas forzadas, y es indudable que se digiere en menos tiempo, y se tiene más imaginación, y el riñón segrega más ácido úrico, y hasta los poros de la piel se dilatan y se suda más copiosamente. Es el miedo. No hay que darle vueltas. Es el miedo. Yo lo conozco bien. Es un íntimo amigo mío.

    La mañana del día de corrida, cuando todavía está. Uno dormido, viene el miedo cautamente y, sin hacer ruido, sin despertarnos, se instala a nuestro lado en la cama. Cuando el torero se despierta es su prisionero. La noche anterior, al acostarnos, anduvo ya rondándonos, pero con un poco de imaginación y buena voluntad no es difícil espantarlo. Yo me duermo como un bendito las vísperas de corrida merced a un arbitrio sencillísimo: el de ponerme a pensar en cosas remotas que no me importen gran cosa. Como uno no tiene una imaginación extraordinaria, he llegado a construir mentalmente una especie de película fantasmagórica, la misma siempre, con la que distraigo la imaginación hasta que me quedo dormido. Es una divertida sucesión de imágenes, que me entretienen y .me apartan de pensar demasiado en el trance del día siguiente. Mi esperpento imaginativo me hace el mismo efecto que la nana a las criaturitas.

    Por la mañana, el efugio no es tan fácil. El miedo llega sigilosamente antes de que uno se despierte, y en ese estado de laxitud, entre el sueño y la vigilia, en que nos sorprende, se adueña de nosotros antes de que podamos defendernos de su asechanza. Cuando el torero que ha de torear aquel día guiña un ojo al ras de la almohada y le hiere la luz de la mañana que se filtra por las rendijas, es ya una infeliz presa del miedo. El mozo de espadas, encargado de despertarle, lo sabe bien.

    Si no hay grande hombre para su ayuda de cámara, ¿qué torero habrá que sea valiente a los ojos de su mozo de estoques?

    Acurrucado todavía entre las sábanas, con el embozo subido hasta las cejas, el torero empieza su dramático diálogo con el miedo. Yo, al menos, entablo con él una vivísima polémica.

    No sé lo que harán los demás toreros. Al miedo yo Le venzo o, al menos, le contengo a fuerza de dialéctica.

    Es un diálogo incoherente, como el de un loco con un ser sobrenatural.

    Ea, mocito, me dice el miedo, con su feroz impertinencia, apenas me he despertado: a levantarte y a irte a la plaza a que un toro te despanzurre.