Opinión


14/07/23

Enrique Álvarez

  1. La censura es mía

    Ha sido noticia y piedra de escándalo, incluso fuera de Cantabria, y no sólo en la prensa progresista, que los nuevos regidores del Ayuntamiento de Santa Cruz de Bezana han retirado de su agenda cultural de verano una película programada por el anterior gobierno municipal.

    El supuesto motivo de la retirada es el contenido lésbico (también supuesto por mi parte, porque no he visto esa película) de algunas de sus escenas. Y el incidente, como era de prever, le viene como anillo al dedo a nuestra izquierda para ir abriendo boca en el festín que esperan en los próximos meses: preparando sabrosas acciones de resistencia contra la pérdida de libertades y el poder de la censura que se avecina.

    La palabra que emplean es, precisamente, censura, y esa palabra ya denota la hipocresía de los resistentes. Porque no se ha censurado nada, no se ha quitado a los creadores el derecho de exhibir su película ni a los espectadores el derecho de disfrutarla en cualquier otra parte. La película, simplemente, se ha quitado de la programación de un centro cultural. ¿Es que no puede hacer eso un Ayuntamiento? ¿No puede programar o desprogramar lo que crea adecuado, promover lo que esté más de acuerdo con los gustos de sus votantes y dejar para mejor ocasión lo que esté en desacuerdo con ellos? Tal vez la respuesta sea que sí que puede, siempre que el Ayuntamiento sea de izquierdas. Si es de derechas, tendrá que programar lo que guste a los grupos ideológicos que mandan en la calle.

    Pero hablemos de censura, aceptemos el término. ¿Quién censura aquí, en España? ¿Quién impone hoy lo que se debe ver, lo que se debe publicar, lo que se debe referenciar? ¿Y quién impone lo que debe ser silenciado, olvidado, ignorado, cancelado, aniquilado? Un municipio de nuestra pequeña comunidad autónoma reemplaza por otra una película que no le gusta a su concejal, al parecer, porque contiene una escena de beso entre mujeres, y ya comienza el rasgado tremebundo de vestiduras. No pasarán. Una acotación: la película estaba incluida en un ciclo de cine para niños. Como ese concejal pensó, quizá, que no era adecuado que vieran esos besos, ya puede suponerse que es esto justamente lo que añade gravedad a la censura: privar a los niños de una lección edificante sobre tolerancia y derechos LGTBI. Pero, ¿de verdad se les priva? ¿Acaso en estos últimos tiempos se ha hablado y aleccionado a nuestros niños y jóvenes de otra cosa que no sea esa? ¿Acaso se ha hecho en casi todas partes otra didáctica tan masiva, tan sistemática y tan insistente como la del arco iris?

    Hablemos de censura, insisto. ¿Qué canal, qué plataforma de televisión, qué empresa de exhibición cinematográfica no lleva años ofreciendo continuamente en su parrilla más y más paquetes de cine LGTBI? Y, frente a ello, ¿qué pasa con el cine católico o espiritual, por poner un ejemplo? Claro que existe ese cine, sigue existiendo, pero se ha hecho invisible. Cada trimestre se produce y hasta se estrena alguna excelente película de ese género, pero nunca o rara vez llega a esos canales, a esas plataformas, a esas salas de exhibición. Ese cine nunca es recibido por los críticos, es simplemente ignorado por ellos, y por tanto nadie habla de él, no va a ninguna parte.

    Y me voy a quedar aquí, en el ámbito del cine. En el resto de los ámbitos no sería distinto. La izquierda determina lo que las instituciones culturales deben promover y lo que no. ¿Libertad de creación y de expresión? Los creadores que comulguen con su ideario la tienen. A los que no comulgamos sólo nos queda una libertad, la de callarnos y aguantar eternamente. Porque ahora que el poder político parecer estar cambiando de manos, la izquierda ya lo tiene todo a punto para que, en cuestión de ideas, no se dé ni un paso atrás. Y ni siquiera a un pequeño ayuntamiento de una pequeña comunidad autónoma se le va a tolerar que caiga ni una tilde.

    En el momento de escribir este artículo no tengo noticia de que el concejal de Cultura de Bezana haya explicado las razones por las que retiró la tal película. ¿Sería mucho pedirle que se atreva de una vez a decir que lo hizo porque estaba en su derecho, porque consideró que había otra película mejor, y porque para eso ganaron unas elecciones democráticas, para cambiar un poquito la política educativa y cultural de sus antecesores?